martes, 9 de junio de 2009

Kaká, un atleta de Dios para el Madrid

Es un religioso que no oculta sus creencias.
Lialdia con Agencias.
Ya es oficial. Kaká es el primer fichaje -de campo- del Real Madrid de Florentino Pérez para la temporada 2009-2010. 65 millones para el Milan y 9 netos por año para él han pesado más que las protestas de los hinchas 'rossoneri'. Pero algo más que el dinero ha debido pesar en el ánimo de las partes, puesto que en enero club y jugador rechazaron una mareante oferta del jeque propietario del Manchester City: 100 millones. El brasileño es un evangelista confeso y no ha dudado en mostrar sus creencias a la hora de celebrar sus trinufos, mostrando una camiseta con el lema "I belong to Jesus" ("Pertenezco a Jesús"). Kaka' pertenece a la Iglesia Evangélica y es 'atleta de Cristo'. Destaca por sus respeto a los compañeros y rivales en el césped, además de su exquisito comportamiento fuera del campo.
Kaka' destaca por ser una estrella silenciosa. Lejos de los focos, el brasileño es miembro de la Iglesia Evangélica. Se casó con Caroline Celice el día 23 de diciembre de 2005 en Sau Paulo, Brasil, en una boda donde acudieron futbolistas de la selección nacional, como Rolando, Adriano Cafú, Dida, y el entrenador nacional Carlos Albero Parreira.
Su carrera, un milagro
Kaká sufrió un accidente cuando dio un salto desde un trampolín, donde se fracturó una vértebra. Esto pudo haber significado el final de su carrera futbolística, pero según él, creer en Jesús le permitió recuperarse y convertirse en un exitoso futbolista, como lo es actualmente. Cuando el Milan ganó el título de la Seria A en 2004, Ricky, como es llamado por sus compañeros de equipo, mostró una camisa con el slogan "Yo pertenezco a Jesús".
Kaká está bendito. Al golear al rival, donde otros brasileños se dan al vaivén lujurioso de la samba, Kaká levanta los brazos al cielo en señal de acción de gracias. Cabría pensar que las defensas contrarias no buscan su derribo por no pecar. ¿Cómo hacer daño a un tipo tan buen yerno, que contrae matrimonio con su novia de toda la vida, Caroline Celico, y que llega virgen al tálamo como una vestal del Olimpo brasileiro?
Kaká no fuma, no bebe, no trasnocha, lleva una vida familiar sana, no frecuenta el Carnaval ni los asuntos carnales... dribla a las tentaciones con idéntica facilidad con que elude marcajes pegajosos.
Kaká no da un paso -ni tampoco un pase- sin evaluar previamente la influencia divina de cada uno de sus actos. Cuando el pasado año los emisarios del Manchester City arribaron a Milanello con una oferta desorbitada y mareante por sus servicios, el jugador brasileño respondió que «quizá Dios mandó al City porque se convertirá en un gran equipo. He orado mucho estos días, buscando el camino de Dios y al final lo he encontrado». Y Dios le recomendó que huyera de los oropeles y rechazara la oferta del islam británico, que ya llegaría el mesías Florentino Pérez con las rebajas.
Kaká es un atleta de Cristo, miembro distinguido de la Iglesia evangélica en una de sus múltiples y rocambolescas acepciones. Profesa en el llamado Movimiento Renascer, una derivación pentecostal fundada en 1986 por Estevam Hernandes, un ex gerente de marketing de la empresa Xerox que en la actualidad gestiona más de mil templos y una cadena de canales de televisión y radio, además de una editora. Renascer maneja cerca de 1.500 templos en Brasil, Argentina, Uruguay, Estados Unidos, España y Japón, y suma más de 2 millones de fieles. Y el cerebro de la selección brasileña oficia de apóstol mediático de esta religión, de la que aspira a ser pastor de almas cuando clausure su etapa futbolística. Amén.
O Kaká se cree en verdad el papel de emisario deportivo de la divinidad en la Tierra -en cuyo caso el Madrid se hinchará a vender camisetas con su nombre, pero también velas, escapularios y palmatorias- o la religiosidad exacerbada y militante de este muchacho risueño de rostro aniñado y familia rica resulta estomagante. Luce una pulsera de metal con la inscripción «Jesús», y una cinta de tela con las siglas «OQJF» («O Que Jesús Faria») que podría traducirse por un «Qué haría Jesús en mi lugar». La dinamita de sus botas Adidas bebe del emblema «Dio é fidele» («Dios es fiel») y en la puerta de su habitación infantil de la vivienda familiar de Sao Paulo se podía leer antaño la frase «un niño feliz tiene a Jesús en su corazón».
Y en vez de mandar al diablo a aficionados y periodistas deportivos atosigadores, en el contestador de su móvil ha dejado grabado este mensaje: «Soy Kaká. En este momento no puedo contestar. Gracias. Que Dios te bendiga», según publicó en su día la prensa italiana. La jornada, ya cada vez más próxima, de su elevación a los altares del Bernabeu, Florentino debería hacer ondear sobre el cielo del palco un botafumeiro y pasearlo después por el césped de Chamartín bajo palio, del brazo de Di Stefano y Zidane, evangelistas de la buena nueva merengue que anuncia el regreso del ingeniero Pérez de entre los muertos deportivos.
El 18 de enero de 2009, el derrumbe del techo de la iglesia de Sao Paulo de la que Kaká es miembro predilecto, y a cuyo sostenimiento generosamente contribuye, causó nueve muertos y decenas de heridos. Dicen que el futbolista, al conocer la noticia, pasó uno de los peores días de su pacífica existencia y lo gastó en teléfono y rezos: en ese templo contrajo nupcias y a él consagró el trofeo del «Balón de oro» alcanzado en 2007, tras adjudicarse la Liga de Campeones, objeto que se venera como una reliquia en semejante refectorio del sur de la capital paulista.
El casto, puro y recto Kaká muestra también detalles humanos, como esos héroes legendarios de la antigüedad clásica que emparentaban con los dioses sin perder su apariencia terrenal: usa lentillas para corregir una ligera miopía y ha llevado durante algún tiempo aparato de dientes. Se lava el pelo con champú de camomila y sólo se permite el pecado de soberbia, aunque venial, de vestir de Armani.
Nadie duda hoy de que en el fútbol el hábito hace al monje. Y que al inmaculado, al angelical Kaká, ora pro nobis, le hará resplandecer el blanco nuclear de la camiseta del Madrid como una túnica impoluta al modo de las que cubrían a los mártires de las catacumbas de Priscila.

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