lunes, 1 de junio de 2009

A 20 años de Tiananmen.

La masacre de Tiananmen, 20 años después, facilitó la economía y el autoritarismo político

La imagen simbólica de Tiananmen: un estudiante detiene el avance de los tanques. Foto: AP

"Los éxitos de los últimos 30 años prueban que el socialismo con características chinas se corresponde al interés de los chinos y refleja la voluntad del pueblo".

Hace unos días, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China, Ma Zhaoxu, soltó esa frase para quitarle importancia a la publicación de las polémicas memorias de Zhao Ziyang, líder comunista que apoyó las protestas prodemocráticas que fueron violentamente reprimidas y aplastadas por los tanques del Ejército chino el 4 de junio de 1989, y que se saldaron con la muerte de entre 400 y 2.000 manifestantes, según quien presente la cifra.

Zhao era, hace 20 años, el secretario general del Partido Comunista Chino (Pcch), y se opuso hasta el último momento al uso de la fuerza para silenciar las protestas de los estudiantes que durante seis semanas acamparon en la plaza de Tiananmen, centro neurálgico del poder.

Creía firmemente que los manifestantes -a los que se sumaron obreros y amplios sectores de la población urbana- solo pedían libertades políticas y el fin de la corrupción, y que no iban en contra del Partido. "La democracia es una tendencia mundial, y si el Partido Comunista no enarbola esa bandera, cualquier otro lo hará y nosotros seremos los perdedores", les dijo un día a los dirigentes del Pcch.

Zhao se resistió a decretar la ley marcial y se negó a ser el secretario general que movilizara "a los militares para aplastar a los estudiantes". A cambio, fue enjuiciado y expulsado del Partido, y estuvo en prisión domiciliaria durante 16 años, hasta que murió, en 2005.

Sin embargo, muchas cosas parecen contradecir las palabras del vocero de la Cancillería china. Las manifestaciones de miles de estudiantes que querían un país más abierto, y que pusieron en jaque al Gobierno chino en una época en la que cayeron gran parte de los regímenes comunistas, no lograron su cometido. O lo lograron a medias.

Hoy, China es una de las grandes potencias capitalistas del mundo (su crecimiento durante el primer trimestre del año fue de 6,1 por ciento, el mayor de cualquier país industrializado y en plena crisis financiera mundial), se ha convertido en el país que más reservas de divisas tiene en el mundo y en el mayor deudor de Estados Unidos, y ha demostrado que su avance tiene toda la fuerza para penetrar en América Latina, por ejemplo. Pero ha pagado un precio muy alto para conseguir todo eso.

"China ha cambiado mucho en estas dos décadas, aunque no lo suficiente como para que reconozcamos que es una democracia, como quiere contar el Partido Comunista", le dijo a CAMBIO Héctor Rodríguez, internacionalista de la Universidad Externado de Colombia especializado en el tema asiático.

"Con la Primavera de Beijing y las protestas de Tiananmen, la gente comenzó a preguntarse si estaba bien el modelo (...) Hay que recordar que China tiene 5 mil años de historia de totalitarismos, las dinastías no eran democráticas, la república que nace en 1911 no es necesariamente democrática, en 1949 llega Mao Tse-tung con un comunismo no democrático, y el pueblo chino no está acostumbrado al modelo".

"Es cierto que comienza a abrirse un poco. Incluso hubo algo determinante como la Ley de Propiedad Privada que se aprobó en marzo de 2007, pero ese concepto del Partido de alcanzar la armonía social está más escrito que llevado a la práctica porque ese socialismo con características chinas, como lo propone Deng Xiaoping, finalmente está soportado por un Estado autoritario", añade Rodríguez.

También menciona a los más de 900 millones de campesinos pobres que viven, sobre todo, en las provincias occidentales. Habla de la censura que hay en Internet, de las persecuciones religiosas, los centros de trabajo forzados para opositores al Gobierno, y la estadística según la cual 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo son chinas. "China se quiere imponer ahora como una potencia comercial, económica y militar con todas sus contradicciones, con una situación interna que hace de ese un país que sigue estando en vías de desarrollo".

Por esto y mucho más, el aniversario 20 de la masacre de Tiananmen ha puesto en alerta al Gobierno chino. Las autoridades temen las celebraciones y varios disidentes han sido arrestados o han denunciado haber sido objeto de fuertes medidas de vigilancia en las últimas semanas.

Hoy, son pocos los que cuestionan la versión oficial de lo sucedido: que la brutal represión de las protestas allanó el camino para el progreso económico de China.

El legado

"Dos décadas después, el equipo dirigente chino, heredero de los golpistas de Tiananmen, ligado por los mismos intereses y un clientelismo que los ha hecho ricos, tecnócratas, sin ideología, continúa al frente del país asegurando el socialismo con características chinas (...) China es en 2009 la superpotencia emergente (...) ha conseguido sacar a centenares de millones de chinos de la miseria, ejerce un papel de primer rango en la política internacional como un poder pragmático, con el crecimiento económico como objetivo por encima de todo (...) Pero la pregunta, ahogada en sangre en 1989, es la misma: ¿El Pcch podrá sobrevivir otros 20 años dirigiendo con mano dura un benéfico capitalismo de Estado? O, puesta al día, ¿el tsunami de la crisis económica amenaza el monopolio del partido único?", escribió hace unos días en su columna semanal de El País el periodista español Francisco Basterra.

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