jueves, 28 de mayo de 2009

Francos frente al celibato


Long Island Al Día con El pais.com.co
“Dura lex, sed lex”, decían los juristas romanos, que en español significa “dura es la ley, pero es la ley”, y entrándonos al espíritu de la sentencia latina tenemos que aceptar que, por fuerte que sea una ley, por más que nos moleste, hay que cumplirla sin chistar. Porque cuando no se cumple llega el juez que aplica la sanción en ella implícita. 
Hay leyes difíciles de entender, como la norma que existe en la Iglesia Católica del celibato de los sacerdotes, que últimamente ha generado tanta discusión, pues a ella se atribuye la ‘enlocada’ que se dan algunos curas con los párvulos de sus parroquias, hasta el bochinche que le han armado al presidente Lugo, de Paraguay, por sus regocijos de alcoba cuando aún se desvestía por la cabeza. 
Pero la que más prensa ha mojado es la pillada que un fotógrafo le hizo al padre Alberto Cutié, en una playa de Miami, en la que él y una bella mujer trajeron a la memoria la tórrida escena protagonizada por Burt Lancaster y Deborah Kerr, revolcándose en la húmeda arena de una playa hawaiana, la víspera del ataque japonés a Pearl Harbor, en la película ‘De aquí a la eternidad’. Esa escena, que hoy puede ver sin problemas un niño de 5 años, causó en su época -1953- las más duras críticas de los moralistas, no solamente por el revolcón sino porque la mujer le estaba poniendo cuernos al marido con el apuesto sargento. 
La toma en la arena de Waikiki es idéntica a la del padre Alberto y su hermosa compañera, con la diferencia de que el sargento de la película no había hecho voto de castidad y el cura sí. Entonces cabe distinguir, como dicen mis amigos.
Cuando el padre Alberto Cutié, muy buenmozo por cierto, resolvió vestir el traje talar lo hizo movido por su vocación, por el llamado de Cristo. Fue su voluntad la que lo impulsó a ingresar al seminario y esa misma voluntad lo llevó a ordenarse y, ya sabiendo latines y teología, por su propia voluntad aceptó el celibato, que es canon aún no derogado por su iglesia. 
Que el celibato sea una ‘jartera’ para los hormonados sacerdotes, aceptado. Que es un rezago de la Edad Media, cuando la Iglesia Católica consideró a la mujer como la encarnación del demonio, cierto. Que es una vaina que una ‘pinta’ como la del padre Alberto se desaproveche en el solitario rigor de una celda monacal, obvio. 
Aceptado todo eso. Pero es que la ley de la Iglesia Católica tiene al celibato sacerdotal como ‘conditio sine qua non’ del sacramento del Orden y, mientras esa disposición subsista, los clérigos no pueden ir por ahí levantando la sotana al primer hervor de la testosterona. Si no pueden abstenerse del ‘gustico’, pues que se salgan a la calle y boten los hábitos.

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