viernes, 15 de mayo de 2009

Entre la anticoncepción y el celibato


Una paradoja por los siglos de los siglos.
Long Island Al Día con Cambio.
Los papas son vicarios de Cristo, que no tuvo esposa ni hijos. En consecuencia, pensaron los religiosos reunidos en el sínodo de Elvira hacia el año 300, ni papas ni sacerdotes deben esparcir su simiente por ahí.
Por transgredir la ley, los condenados de turno se llaman Fernando Lugo, prolífico obispo-presidente de Paraguay, y Alberto Cutié, un apuesto sacerdote mediático de Miami que desde hace rato parecía anunciar la buena nueva de que cedería a las tentaciones de la carne.
Y muchos se preguntan: ¿esta vez la Iglesia cederá en materia de celibato? Para decepción de muchos, la respuesta está cantada desde noviembre de 2006, cuando el Vaticano, después de largos años huyéndole al tema, reunió a los cardenales de la curia romana para evaluarlo. Bastaron dos horas para que emitieran un veredicto: no. Y ni soñarlo durante el pontificado de Benedicto XVI, que desde el año anterior había manifestado claramente su oposición.
De hecho, en el mismo 2006, con motivo de los 40 años de la encíclica Sacerdotales caelibatus del papa Pablo VI, el cardenal Claudio Hummes recordó las razones que motivaban a la Iglesia a mantener la disposición: Cristo permaneció virgen como muestra de su devoción a Dios; en la resurrección no existirán matrimonios porque hombres y mujeres serán como ángeles, y los sacerdotes están casados con la Iglesia.
Sin embargo, los críticos del celibato consideran que esos argumentos fueron añadidos a posteriori, pues el origen de la prohibición fue puramente práctico: ponerle coto al acentuado apetito sexual de los clérigos.
Un apetito que por lo visto aún en el siglo XIV seguía bastante elevado, como lo describió el Arcipreste de Hita en el Libro de buen amor, considerado por algunos literatos como una crítica burlona al celibato: "en servir a las dueñas (mujeres) el bueno non se esquive: / que si mucho trabaja, en mucho plazer byve".
¿Pero, acaso no son humanas las tentaciones de la carne y el deseo de formar una familia?, preguntan los defensores del matrimonio de sacerdotes. La respuesta afirmativa a esa pregunta es la que condujo a otras congregaciones cristianas a permitir que sus miembros tengan esposa e hijos.
"En la Iglesia presbiteriana hay un sentir de que un pastor administra bien la Iglesia cuando administra bien su casa -dice el reverendo David Illidge, de 62 años, ministro de esta congregación, casado dos veces y padre de tres hijos-. La pareja ofrece estabilidad emocional, presta apoyo y ayuda a dar una buena imagen y testimonio a las familias de la Iglesia".
Para muchos creyentes y no creyentes es un contrasentido que, al amparo de la ley natural, la Iglesia desapruebe los anticonceptivos y defienda con ahínco el celibato.
La ley natural es común a todo ser humano, independiente de su fe. El aborto, por ejemplo, es pecado porque va contra la vida. La ley natural también es el matrimonio del hombre y la mujer. El celibato es una renuncia voluntaria, porque es por el seguimiento a Jesucristo. Tiene una finalidad..
Ahora bien, también parece haber una contradicción en quienes salen a defender la humanidad de los actos de los religiosos Lugo y Cutié. Porque, al margen de la conveniencia o no del celibato, es un hecho que incumplieron una promesa.
El debate seguirá vivo y, como un ritual, se renovará de cuando en cuando. Puede que no dure por los siglos de los siglos, pero sí algo aproximado a una eternidad.

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