Reportaje con la historia
EE UU conmemora el nacimiento del presidente que abolió la esclavitud
FRANCISCO G. BASTERRA 12/02/2009
Ejemplo del sueño americano, autodidacta, nacido a comienzos del siglo XIX en la pobreza absoluta en una cabaña en los bosques de Kentucky sobre un suelo de tierra y cubierto con una piel de animal. De la pobreza extrema a un buen pasar como abogado de éxito; emancipador de los esclavos negros; salvó la Unión triunfando en una brutal guerra civil; defensor de la igualdad de oportunidades; exponente máximo del hombre común, llegó a decir: "Dios ama a las personas corrientes, por eso hizo tantas". Asesinado cinco días después de la rendición de los confederados secesionistas. Consagrado por la historia como el mejor presidente de Estados Unidos, junto con George Washington. Todo esto y mucho más fue y representó Abraham Lincoln (1809-1865).
Hoy 12 de Febrero del 2009, se cumple el bicentenario del nacimiento del 16º presidente de EE .UU que abre las compuertas, sobre todo en su país, a una explosión de lincolnmanía reflejada en centenares de nuevos libros sobre su figura política, su personalidad, sus contradicciones, que las tuvo y muchas, y su puesta en valor en la sociedad norteamericana de 2009. Sobre él se han escrito más palabras que sobre cualquier otro gran personaje histórico, excluido Jesucristo. Exposiciones, actos académicos, documentales y la reapertura del remozado teatro Ford, en Washington, donde en la tarde del 14 de abril de 1865, Viernes Santo, John Wilkes Booth, un joven sudista perdedor de la guerra, descerrajó un solo tiro en la cabeza del presidente republicano con una pequeña pistola Dillinger. Murió a las siete de la mañana del día siguiente.
El viento de cola avivado por Obama, el primer negro en llegar a la Casa Blanca, ha puesto de actualidad la figura de Abraham Lincoln. Barack sería el último eslabón de la cadena iniciada por Lincoln con el decreto de emancipación de los esclavos y, lo que es más importante, con la posterior constitucionalización de su libertad a través de la decimotercera enmienda a la Constitución. Sea o no cierta esta interpretación histórica, Obama, demócrata, ha hecho suya la figura del larguirucho, como él, Lincoln, subrayando sus coincidencias y recuperando lo esencial de su discurso político. El 44º presidente inició su campaña a la Casa Blanca en las escalinatas del Capitolio de Springfield (Illinois) al igual que lo hizo Lincoln. Ambos son abogados y fueron primero congresistas en el mismo Estado al que posteriormente representaron en el Congreso de Washington. Las ideas de unidad y reconciliación nacional, no de un país de blancos o negros, o de republicanos o demócratas; de la defensa de la igualdad de oportunidades; incluso de intervención del Estado en la economía, también muy presente en Lincoln en una fuerte depresión, cuando defendía las obras públicas y la construcción de ferrocarriles, o la ayuda a los bancos, o también la creación de un banco público, son compartidas por los dos presidentes. También les aproxima su elocuencia virtuosa y su creencia en la fuerza de las palabras. Obama estudió detenidamente los discursos de Lincoln al preparar el suyo en la toma de posesión.
Abraham Lincoln vivió la era de la cultura oral, donde la palabra dicha, en sermones religiosos o discursos, era lo más importante. Admiraba a William Shakespeare y sus obras, que estudiaba para preparar sus discursos. La Biblia era su otra fuente de inspiración literaria. Obama juró el cargo sobre la Biblia de Lincoln. Otra coincidencia. El Honesto Abe, otro de sus sobrenombres, era un hombre de gran espiritualidad pero no abrazó dogma alguno, tampoco el religioso. De hecho, no tuvo ficha en ninguna iglesia. La inclusión de adversarios políticos en sus gobiernos en puestos claves -Departamento de Estado, Defensa e incluso el Tesoro-, buscando cierta transversalidad, es otra semejanza entre los dos presidentes.
Y un gesto simbólico: la peregrinación de la familia Obama, por la noche, una semana antes de entrar en la Casa Blanca, al Lincoln Memorial de Washington. El espectacular templo griego que cierra el Mall, por el oeste, enfrentándose al Capitolio a través de una avenida-parque de tres kilómetros y medio. La mejor forma de entender y reflexionar sobre Estados Unidos, su presidencia y el carácter imperial de la superpotencia es hacerlo sentado en las escalinatas del Lincoln Memorial, a la sombra de la estatua del presidente, en mármol de Georgia, y después de leer los discursos de Gettysburg y de su segunda toma de posesión, grabados en la piedra.
Quedan para la historia y todavía producen emoción al leerlas, más al escucharlas, las 272 palabras del discurso de Lincoln, tres minutos, en el campo de batalla de Gettysburg. "Aquí decidimos que estos muertos no han muerto en vano, que esta nación bajo Dios tendrá un renacimiento de la libertad, y que el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo, no desaparecerá de la tierra". Palabras que memorizan y recitan todos los escolares en Estados Unidos. Palabras que fueron transmitidas por Radio Budapest en 1956, durante la revolución húngara, para llamar al levantamiento contra la Unión Soviética.
El papel histórico de Lincoln como el Gran Emancipador llegó gradualmente desde un inicio en el que el presidente negaba rotundamente la igualdad social y política de negros y blancos. Sólo puso fin a la esclavitud cuando creyó que la Unión podía soportarlo sin dividirse. "No tengo el propósito", dijo en un debate político, "de introducir la igualdad política y social entre las razas blanca y negra. Hay una diferencia física entre las dos que, en mi opinión, les prohibirá siempre vivir en perfecta igualdad". Esta declaración le ha valido acusaciones de ser un "supremacista blanco".
Luchó con determinación en la guerra civil (500.000 muertos en una población de 30 millones) y su objetivo principal fue ganarla a toda costa para salvar la Unión, aun sin resolver la cuestión de la esclavitud que le provocaba problemas insalvables con los sudistas, pero también con el Norte federal. "Mi primer propósito es salvar la Unión, y no salvar o proteger la esclavitud; si pudiera salvarla sin liberar un solo esclavo, lo haría; y si pudiera salvarla liberando a todos los esclavos, también lo haría". Al final, logró las dos cosas y con ese resultado ha pasado a la historia. Preservó la Unión, al precio de una terrible guerra civil, no sólo por ella misma sino porque representaba una idea de igualdad, de gobierno de la mayoría, una idea exportable universalmente.
"No hace falta que lo canonicemos como nuestro santo laico, no solo asesinado sino martirizado", advierte el columnista del New York Times, William Safire. La personalidad de Lincoln fue compleja y contradictoria. Sentido del humor profundo, capacidad de encantamiento, gran contador de historias. Pero también una profunda melancolía reflejada en su atormentado rostro. Inestable psicológicamente, estuvo a punto de suicidarse dos veces antes de cumplir los 33 años. Visionario, pero calculador a la vez. Problemas familiares: detestaba a su padre, no acudió a su funeral y adoró a su madrastra. Su matrimonio fue todo menos plácido. Su mujer enloqueció
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