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Ésta ha sido la semana del gran desembarco de Barack Obama en América Latina. El jueves, el presidente norteamericano se entrevistó en México con su homólogo Felipe Calderón, y de viernes a hoy, domingo, ha dominado la cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, donde ha comenzado en la práctica un diálogo virtual entre Estados Unidos y Cuba, la gran ausente de la cita, que, como país no democrático, no fue invitado a la cumbre.
Obama, que ya había prometido en la campaña electoral replantear las relaciones con La Habana, anunció el lunes el levantamiento de restricciones para la visita y el envío de remesas de los cubano-americanos a sus familiares en la isla. Y el viernes, el presidente cubano, Raúl Castro, se declaraba dispuesto a un diálogo en el que no se obviara ningún asunto, como "democracia, libertad o derechos humanos", expresándose como nunca lo había hecho La Habana anteriormente.
Ese "nuevo comienzo", como lo calificó Obama debería iniciar "un largo camino para superar décadas de desconfianza"; las que median desde 1962, cuando el presidente Kennedy impuso un embargo a la isla como castigo por la deriva comunista del Gobierno de Fidel Castro.La positiva respuesta de Obama al régimen castrista neutralizaba, por otro lado, la ofensiva de líderes como el presidente venezolano, Hugo Chávez, pero también el brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, para exigir a Estados Unidos en la cumbre el reingreso de Cuba en la OEA. Los presidentes de Argentina, Cristina Fernández, y de Nicaragua, Daniel Ortega, habían hecho ya un llamamiento en ese sentido en sus palabras inaugurales. Y Obama, apuntando por elevación, empaquetaba su respuesta a Raúl Castro en un ofrecimiento general al continente latinoamericano -la gran mayoría de los 34 países presentes- de una nueva relación, concebida como "alianza entre iguales".
En su visita a México, el presidente estadounidense se había comprometido también a un esfuerzo conjunto contra el narcotráfico.El eventual diálogo con La Habana sella el fracaso, como reconocía ayer la secretaria de Estado Hillary Clinton en Santo Domingo, de una política injusta y arrogante, porque cualquiera que sea el Gobierno cubano, el intento de cerco económico y político a la isla era una afrenta también a los derechos humanos de la población cubana, por muy dura que haya sido y sea la dictadura castrista.Pero todo ello no es más que un primer paso.
Está claro que Obama no va a regalar el fin del embargo a Raúl Castro, y hay que dar por descontado que un restablecimiento pleno de relaciones sólo es concebible como consecuencia de una reforma que ponga a Cuba en el camino de la democracia. Ese recorrido, por prolongado que sea, frustraría más que satisfaría al presidente venezolano, cuyo régimen parece más afecto al enfrentamiento que al compromiso, aunque ayer Obama y Chávez se estrecharan la mano en un gesto de buenas maneras.
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