El presidente de EE UU advierte que sus medidas de cambio tan sólo están en consonancia con la gravedad de la crisis
Edición de LIAD con texto de Antonio Caño.
Edición de LIAD con texto de Antonio Caño.
Barack Obama negó ayer ser socialista o que las profundas reformas emprendidas en las primeras semanas de su gestión sean la consecuencia de una determinada opción ideológica. El presidente estadounidense recuerda en una entrevista que la masiva intervención del Estado en la economía empezó con George Bush, y que la audacia y contundencia de algunas de sus medidas de cambio simplemente están en consonancia con la gravedad de la crisis por la que atraviesa el país.
"No fue bajo mi presidencia cuando se empezó a comprar acciones de bancos"
Hasta hace poco podría resultar pintoresco un debate de estas características en Estados Unidos, pero las acusaciones contra Obama por el supuesto izquierdismo de su programa de Gobierno y las denuncias sobre la deriva de este país hacia un modelo de socialismo europeo -incluso de comunismo, entre los más radicales-, han sido tan abundantes en los últimos días que los periodistas de The New York Times le preguntan en una conversación publicada ayer si, efectivamente, la política puesta en marcha define a un dirigente socialista. "La respuesta sería no", contesta el presidente.
Hora y media más tarde, tal como relata el texto publicado, Obama llamó por teléfono a los dos autores de la entrevista para hacerles algunas precisiones al respecto, después de haber estado, según les dijo, dándole vueltas al asunto en la cabeza. "Me resulta difícil de creer que hablaban ustedes en serio cuando me hicieron esa pregunta", les comentó el presidente.
"No fue bajo mi presidencia cuando empezamos a comprar puñados de acciones de bancos. Cuando yo llegué, ya se había hecho una inyección enorme del dinero del contribuyente en el sistema financiero. Nosotros hemos actuado de una forma completamente consistente con los principios del libre mercado; cosa que algunos de los que nos acusan de ser socialistas no pueden decir", afirma Obama.
"El hecho de que estemos tomando algunas medidas extraordinarias y haciendo algunas intervenciones", añade, "no es ninguna indicación de mis preferencias ideológicas, sino una indicación del grado al que la relajación de la regulación y los riesgos extravagantes habían llevado esta crisis". Preguntado sobre cuáles eran, entonces, sus preferencias ideológicas, contestó: "No voy a entrar en eso".
Obama intenta salir al paso con estas declaraciones a una sucesión de críticas por parte de la oposición conservadora, que encontraba eco en el sector moderado del propio Partido Demócrata, sobre la amenaza que la política de Obama representaba para los valores fundacionales norteamericanos. Esas críticas se habían agudizado tras la presentación hace diez días de un presupuesto nacional que prevé una significativa actuación del Estado en áreas como sanidad, educación e infraestructuras, al tiempo que reduce el gasto militar.
El presidente se defiende también en esta entrevista de la acusación de haber emprendido demasiadas reformas y abierto demasiados frentes al mismo tiempo. "Miren", explica, "a mí me hubiera gustado permitirme el lujo de sólo tener que lidiar con una modesta recesión, o sólo con el problema del seguro de salud, o sólo la energía o Irak o Afganistán. Pero no me puedo permitir ese lujo y creo que el pueblo norteamericano tampoco se lo puede permitir".
La situación en Afganistán es definida en la conversación con The New York Times como uno de los principales desafíos de la política exterior de su Administración. El presidente reconoce que Estados Unidos está perdiendo la guerra y que los talibanes representan una amenaza creciente.
"No fue bajo mi presidencia cuando se empezó a comprar acciones de bancos"
Hasta hace poco podría resultar pintoresco un debate de estas características en Estados Unidos, pero las acusaciones contra Obama por el supuesto izquierdismo de su programa de Gobierno y las denuncias sobre la deriva de este país hacia un modelo de socialismo europeo -incluso de comunismo, entre los más radicales-, han sido tan abundantes en los últimos días que los periodistas de The New York Times le preguntan en una conversación publicada ayer si, efectivamente, la política puesta en marcha define a un dirigente socialista. "La respuesta sería no", contesta el presidente.
Hora y media más tarde, tal como relata el texto publicado, Obama llamó por teléfono a los dos autores de la entrevista para hacerles algunas precisiones al respecto, después de haber estado, según les dijo, dándole vueltas al asunto en la cabeza. "Me resulta difícil de creer que hablaban ustedes en serio cuando me hicieron esa pregunta", les comentó el presidente.
"No fue bajo mi presidencia cuando empezamos a comprar puñados de acciones de bancos. Cuando yo llegué, ya se había hecho una inyección enorme del dinero del contribuyente en el sistema financiero. Nosotros hemos actuado de una forma completamente consistente con los principios del libre mercado; cosa que algunos de los que nos acusan de ser socialistas no pueden decir", afirma Obama.
"El hecho de que estemos tomando algunas medidas extraordinarias y haciendo algunas intervenciones", añade, "no es ninguna indicación de mis preferencias ideológicas, sino una indicación del grado al que la relajación de la regulación y los riesgos extravagantes habían llevado esta crisis". Preguntado sobre cuáles eran, entonces, sus preferencias ideológicas, contestó: "No voy a entrar en eso".
Obama intenta salir al paso con estas declaraciones a una sucesión de críticas por parte de la oposición conservadora, que encontraba eco en el sector moderado del propio Partido Demócrata, sobre la amenaza que la política de Obama representaba para los valores fundacionales norteamericanos. Esas críticas se habían agudizado tras la presentación hace diez días de un presupuesto nacional que prevé una significativa actuación del Estado en áreas como sanidad, educación e infraestructuras, al tiempo que reduce el gasto militar.
El presidente se defiende también en esta entrevista de la acusación de haber emprendido demasiadas reformas y abierto demasiados frentes al mismo tiempo. "Miren", explica, "a mí me hubiera gustado permitirme el lujo de sólo tener que lidiar con una modesta recesión, o sólo con el problema del seguro de salud, o sólo la energía o Irak o Afganistán. Pero no me puedo permitir ese lujo y creo que el pueblo norteamericano tampoco se lo puede permitir".
La situación en Afganistán es definida en la conversación con The New York Times como uno de los principales desafíos de la política exterior de su Administración. El presidente reconoce que Estados Unidos está perdiendo la guerra y que los talibanes representan una amenaza creciente.
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