Republicanos y demócratas se unen contra Obama.
Anna Grau
Barack Obama prometió cerrar Guantánamo en enero próximo. Pero puede incumplir esta promesa no ya por falta de voluntad política, sino de fondos que Obama pedía para reubicar a los presos de Guantánamo en prisiones norteamericanas ordinarias. Y varios estados donde se encuentran estas prisiones se han empezado a blindar elaborando a toda prisa leyes en contra.
Aquí no hay patriotismo que valga y es el sálvese quien pueda. Los congresistas de Montana votaron como un solo hombre para boicotear la candidatura de una ciudad de este estado que se había ofrecido voluntaria. Situaciones similares se han producido en California, en Missouri y en Virginia.
Peligro para la seguridad
Lo más duro para Obama es que sus sueños de bipartidismo se cumplen al revés: los republicanos y los demócratas se unen, pero contra él. El presidente lucha contra su propio partido, donde cada congresista siente que se juega el escaño. La tolerancia de la opinión pública ante un nuevo atentado de un ex preso de Guantánamo sería «cero». Más cuando los republicanos acusan al presidente de poner en peligro la seguridad nacional.
Lo ideal para los Estados Unidos sería endosar el problema a otros países. No sólo porque así a los «chicos malos» de Guantánamo se les borra un poco la pista, sino también para ahorrarse situaciones embarazosas en los tribunales. De los 241 presos de Guantánamo, muchos resultan en la práctica imposibles de procesar, dadas las irregularidades de su detención y encarcelamiento.
La última gira internacional del presidente Barack Obama por Europa ablandó un poco a los aliados, pero no lo suficiente. El Reino Unido se ha hecho cargo de un preso, aunque le podrían llegar dos. Y Francia acaba de anunciar como un acto supremo de «grandeur» que ellos también se quedan con uno, un argelino. España se lo tiene que pensar, como Alemania, y la mayoría pone muy mala cara.
Hasta ahora, el mayor éxito diplomático lo ha cosechado Obama con Arabia Saudí, que podría acoger a cien presos yemeníes
Hasta ahora, el mayor éxito diplomático se ha conseguido en Arabia Saudí. El secretario de Defensa, Robert Gates, ha estado discutiendo con el ministro de Interior saudí, el príncipe Mohammad bin Nayaf, la posibilidad de que Riad se haga cargo de cerca de cien presos yemeníes de Guantánamo. Los metería en su programa nacional de rehabilitación de islamistas radicales. ¿Existe en el mundo una generalizada fe en el éxito de semejante programa? Ciertamente no. Pero en Yemen no hay nada parecido -el último ex preso de Guantánamo que fue visto en el país volvió a la violencia terrorista con más entusiasmo que nunca- y además Washington todavía no mantiene relaciones diplomáticas con Temen.
Si Riad cumple, se reducirá considerablemente el cupo de presos pendientes de recolocación. De todos modos, Robert Gates ya ha advertido de que si los Estados Unidos aspiran a que otros países ayuden a cargar con esta cruz, tendrán que llevarla un rato sobre sus hombros dentro de su propio territorio. Después de todo, este penal caribeño es «made in USA».
El primer experimento en este sentido podría ser la liberación de siete musulmanes chinos, siete miembros de la etnia minoritaria uigur que podrían ir a parar a Virginia del Norte. Los uigur no son percibidos en estos momentos como «combatientes enemigos» ni como miembros de Al Qaida, sino como simples separatistas de China que este país represalió metiéndolos en las listas negras de la CIA, matando así dos pájaros de un tiro.
Mucho más problemático va a ser decidir qué se hace con presos de perfil mucho más siniestro, como Khaled Sheik Mohammad, autoproclamado cerebro de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2002 y responsable de la decapitación del periodista norteamericano Daniel Pearl, un corresponsal del «Wall Street Journal» secuestrado y luego asesinado en Pakistán. Este Khaled Sheik Mohammad es, vistas así las cosas, una mercancía definitivamente imposible de exportar fuera de los Estados Unidos.
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