Por :Nicolas Sarcozy, Presidente de Francia
Distribuido por Tribune media
El mundo espera que el G-20 reconstruya un capitalismo renovado y mejor reglamentado
Hay que identificar los paraísos fiscales, exigirles cambios y lanzar advertencias
Desde el principio de esta crisis he defendido la idea de que, ante tamaño desafío, la cooperación no es una opción, sino una necesidad. Desde el mes de septiembre de 2008, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, he estado pidiendo al mundo que se una para aportar a la crisis una respuesta coordinada y concertada. El pasado mes de noviembre, esta iniciativa, impulsada por el conjunto de los europeos, desembocó en una reunión del G-20 en Washington, en la que se sentaron las bases de una ambiciosa reforma del sistema financiero internacional. La cumbre de Londres debe permitirnos ahora ir más allá y aportar una traducción concreta a los principios establecidos en Washington.
Lo que el mundo espera de nosotros es que aceleremos la reforma del sistema financiero internacional. Lo que el mundo espera de nosotros es que reconstruyamos juntos un capitalismo renovado, mejor reglamentado, más ético y más solidario. Condición previa para una reactivación y un crecimiento sostenibles.
Pues esta crisis no es la del capitalismo. Es, al contrario, la crisis de un sistema que se aleja de los valores más fundamentales del capitalismo. Es la crisis de un sistema que ha empujado a los actores financieros a exponerse a riesgos cada vez más inconsiderados, que ha permitido que bancos especularan en vez de hacer lo que les corresponde, que es financiar el desarrollo de la economía; y, por último, es la crisis de un sistema que ha tolerado que tantos actores y que tantas plazas financieras escaparan a todo control.
En la cumbre de Washington de noviembre, nos pusimos de acuerdo sobre los cuatro principios que debían orientar nuestra acción frente a la crisis: la necesidad de una reactivación coordinada y concertada, el rechazo del proteccionismo, una mejor regulación de los mercados financieros y una nueva forma de gobierno mundial.
¿Cuál es la situación actual? Respecto a los dos primeros puntos, ya hemos avanzado mucho. Hemos sabido resistir a los demonios del proteccionismo, pues la historia nos ha enseñado que éste no hace más que agravar las dificultades. Asimismo, todos los países han apoyado masivamente sus economías, adoptando ambiciosos planes de estímulo, a los que se han unido, en aquellos países que como Francia ofrecen a sus ciudadanos un alto nivel de protección social, un importante aumento de los gastos sociales vinculados con la crisis. Si tenemos en cuenta las medidas de apoyo en su conjunto, podemos concluir que las principales economías del mundo han desplegado esfuerzos comparables y gigantescos para encarar la crisis. Dichas medidas empiezan apenas a desplegarse y a surtir efecto, pero debemos estar preparados para ir todavía más lejos si las circunstancias lo exigieran.
Hacer todo lo posible a favor del crecimiento mundial; éste es el principio que defenderé en Londres.
Pero esta semana deberemos sacar adelante, con el mismo sentido de la prioridad y de la urgencia, la cuestión de la regulación de los mercados financieros. Porque el crecimiento mundial será tanto más fuerte cuanto que se verá respaldado por un sistema financiero estable y eficaz, por un retorno de la confianza en los mercados que permitirá asignar mejor los recursos, reactivar el crédito e impulsar los flujos de capital privado de los países industrializados hacia los países en desarrollo.
La cumbre de Washington permitió definir varios principios esenciales en materia de regulación que deben ahora ponerse en práctica de manera concreta. Decidimos entonces que a partir de ahora ningún actor, ninguna institución, ningún producto financiero podría volver a escapar al control de una autoridad reguladora. Esta regla deberá aplicarse a las agencias de calificación, pero también a los fondos especulativos y, por supuesto, a los paraísos fiscales.
Respecto a este último punto, desearía que fuéramos muy lejos y que adoptáramos un documento que identifique exactamente esos paraísos fiscales, los cambios que esperamos de ellos y las consecuencias que conllevaría un rechazo por su parte. Celebro que el debate sobre los paraísos fiscales, lanzado en la cumbre de Washington, haya empezado a dar sus frutos, en particular en Europa, donde varios países han anunciado recientemente que iban a adaptar su legislación a fin de satisfacer las expectativas de la comunidad internacional.
Desearía asimismo que avanzara nuestra reflexión colectiva sobre la necesaria reforma de las normas contables y reglas cautelares que rigen los establecimientos financieros. Las normas actuales no han permitido evitar las derivas. Incluso han agravado la crisis. Lanzaré este debate, que, desgraciadamente, en muchos países no parece haber madurado lo suficiente.
Respecto al gobierno económico mundial, hace tiempo que pienso que debemos dar mayor cabida a los países emergentes, darles el lugar que corresponde a su peso y a las responsabilidades que desearía verles asumir. Ello se aplica al conjunto de las instancias internacionales, y especialmente a las instituciones financieras internacionales. Celebro la ampliación del Foro de Estabilidad Financiera, pero habrá que ir más allá. Después de la cumbre de Londres, creo que quedará por acometer un gran trabajo de renovación del sistema multilateral en su conjunto. En los próximos meses, formularé una serie de propuestas en este sentido.
Por último, debemos aportar respuestas a favor de aquellos que han sufrido de lleno el impacto de la crisis. De ahí que debamos aumentar los medios puestos a la disposición del FMI, para que éste pueda apoyar a los países con mayores dificultades. Planteé a los europeos la cuestión de nuestra contribución para atender las necesidades del FMI: los Estados miembros respondieron a este llamamiento. También planteé a nivel europeo la cuestión de nuestra contribución ante los riesgos que corren algunos de los países de Europa Central y Oriental: los Estados miembros volvieron a responder a mi llamamiento.
Pero desearía asimismo poner de relieve la necesidad, el imperativo absoluto, que constituye nuestro apoyo a los países más pobres. Han sido víctimas de esta crisis y, si no nos mostramos solidarios, algunos de ellos corren el peligro de ver cómo se desvanecen los considerables esfuerzos desplegados en el transcurso de los últimos años para alcanzar los objetivos de desarrollo del milenio. Hace unos días estuve en África, donde manifesté mi convicción de que los destinos de Europa y del continente africano estaban inextricablemente ligados. Responderemos al llamamiento de África y de todos los países en desarrollo con dificultades en todos los continentes.
Estoy convencido de que el mundo puede salir más fuerte, más unido y más solidario de este periodo difícil, a condición de que ésa sea su voluntad. Soy perfectamente consciente de que no podemos cambiarlo todo de la noche a la mañana, de que nos queda mucho camino por recorrer, de que es probable que nos tengamos que volver a reunir después de Londres para culminar las reformas iniciadas. De lo que sí estoy seguro es que debemos obtener resultados concretos desde este mismo jueves en Londres. No podemos fracasar, el mundo no lo comprendería, la Historia no nos lo perdonaría.
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El mundo espera que el G-20 reconstruya un capitalismo renovado y mejor reglamentado
Hay que identificar los paraísos fiscales, exigirles cambios y lanzar advertencias
Desde el principio de esta crisis he defendido la idea de que, ante tamaño desafío, la cooperación no es una opción, sino una necesidad. Desde el mes de septiembre de 2008, ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, he estado pidiendo al mundo que se una para aportar a la crisis una respuesta coordinada y concertada. El pasado mes de noviembre, esta iniciativa, impulsada por el conjunto de los europeos, desembocó en una reunión del G-20 en Washington, en la que se sentaron las bases de una ambiciosa reforma del sistema financiero internacional. La cumbre de Londres debe permitirnos ahora ir más allá y aportar una traducción concreta a los principios establecidos en Washington.
Lo que el mundo espera de nosotros es que aceleremos la reforma del sistema financiero internacional. Lo que el mundo espera de nosotros es que reconstruyamos juntos un capitalismo renovado, mejor reglamentado, más ético y más solidario. Condición previa para una reactivación y un crecimiento sostenibles.
Pues esta crisis no es la del capitalismo. Es, al contrario, la crisis de un sistema que se aleja de los valores más fundamentales del capitalismo. Es la crisis de un sistema que ha empujado a los actores financieros a exponerse a riesgos cada vez más inconsiderados, que ha permitido que bancos especularan en vez de hacer lo que les corresponde, que es financiar el desarrollo de la economía; y, por último, es la crisis de un sistema que ha tolerado que tantos actores y que tantas plazas financieras escaparan a todo control.
En la cumbre de Washington de noviembre, nos pusimos de acuerdo sobre los cuatro principios que debían orientar nuestra acción frente a la crisis: la necesidad de una reactivación coordinada y concertada, el rechazo del proteccionismo, una mejor regulación de los mercados financieros y una nueva forma de gobierno mundial.
¿Cuál es la situación actual? Respecto a los dos primeros puntos, ya hemos avanzado mucho. Hemos sabido resistir a los demonios del proteccionismo, pues la historia nos ha enseñado que éste no hace más que agravar las dificultades. Asimismo, todos los países han apoyado masivamente sus economías, adoptando ambiciosos planes de estímulo, a los que se han unido, en aquellos países que como Francia ofrecen a sus ciudadanos un alto nivel de protección social, un importante aumento de los gastos sociales vinculados con la crisis. Si tenemos en cuenta las medidas de apoyo en su conjunto, podemos concluir que las principales economías del mundo han desplegado esfuerzos comparables y gigantescos para encarar la crisis. Dichas medidas empiezan apenas a desplegarse y a surtir efecto, pero debemos estar preparados para ir todavía más lejos si las circunstancias lo exigieran.
Hacer todo lo posible a favor del crecimiento mundial; éste es el principio que defenderé en Londres.
Pero esta semana deberemos sacar adelante, con el mismo sentido de la prioridad y de la urgencia, la cuestión de la regulación de los mercados financieros. Porque el crecimiento mundial será tanto más fuerte cuanto que se verá respaldado por un sistema financiero estable y eficaz, por un retorno de la confianza en los mercados que permitirá asignar mejor los recursos, reactivar el crédito e impulsar los flujos de capital privado de los países industrializados hacia los países en desarrollo.
La cumbre de Washington permitió definir varios principios esenciales en materia de regulación que deben ahora ponerse en práctica de manera concreta. Decidimos entonces que a partir de ahora ningún actor, ninguna institución, ningún producto financiero podría volver a escapar al control de una autoridad reguladora. Esta regla deberá aplicarse a las agencias de calificación, pero también a los fondos especulativos y, por supuesto, a los paraísos fiscales.
Respecto a este último punto, desearía que fuéramos muy lejos y que adoptáramos un documento que identifique exactamente esos paraísos fiscales, los cambios que esperamos de ellos y las consecuencias que conllevaría un rechazo por su parte. Celebro que el debate sobre los paraísos fiscales, lanzado en la cumbre de Washington, haya empezado a dar sus frutos, en particular en Europa, donde varios países han anunciado recientemente que iban a adaptar su legislación a fin de satisfacer las expectativas de la comunidad internacional.
Desearía asimismo que avanzara nuestra reflexión colectiva sobre la necesaria reforma de las normas contables y reglas cautelares que rigen los establecimientos financieros. Las normas actuales no han permitido evitar las derivas. Incluso han agravado la crisis. Lanzaré este debate, que, desgraciadamente, en muchos países no parece haber madurado lo suficiente.
Respecto al gobierno económico mundial, hace tiempo que pienso que debemos dar mayor cabida a los países emergentes, darles el lugar que corresponde a su peso y a las responsabilidades que desearía verles asumir. Ello se aplica al conjunto de las instancias internacionales, y especialmente a las instituciones financieras internacionales. Celebro la ampliación del Foro de Estabilidad Financiera, pero habrá que ir más allá. Después de la cumbre de Londres, creo que quedará por acometer un gran trabajo de renovación del sistema multilateral en su conjunto. En los próximos meses, formularé una serie de propuestas en este sentido.
Por último, debemos aportar respuestas a favor de aquellos que han sufrido de lleno el impacto de la crisis. De ahí que debamos aumentar los medios puestos a la disposición del FMI, para que éste pueda apoyar a los países con mayores dificultades. Planteé a los europeos la cuestión de nuestra contribución para atender las necesidades del FMI: los Estados miembros respondieron a este llamamiento. También planteé a nivel europeo la cuestión de nuestra contribución ante los riesgos que corren algunos de los países de Europa Central y Oriental: los Estados miembros volvieron a responder a mi llamamiento.
Pero desearía asimismo poner de relieve la necesidad, el imperativo absoluto, que constituye nuestro apoyo a los países más pobres. Han sido víctimas de esta crisis y, si no nos mostramos solidarios, algunos de ellos corren el peligro de ver cómo se desvanecen los considerables esfuerzos desplegados en el transcurso de los últimos años para alcanzar los objetivos de desarrollo del milenio. Hace unos días estuve en África, donde manifesté mi convicción de que los destinos de Europa y del continente africano estaban inextricablemente ligados. Responderemos al llamamiento de África y de todos los países en desarrollo con dificultades en todos los continentes.
Estoy convencido de que el mundo puede salir más fuerte, más unido y más solidario de este periodo difícil, a condición de que ésa sea su voluntad. Soy perfectamente consciente de que no podemos cambiarlo todo de la noche a la mañana, de que nos queda mucho camino por recorrer, de que es probable que nos tengamos que volver a reunir después de Londres para culminar las reformas iniciadas. De lo que sí estoy seguro es que debemos obtener resultados concretos desde este mismo jueves en Londres. No podemos fracasar, el mundo no lo comprendería, la Historia no nos lo perdonaría.
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